El domador de jabalies.
Llevaba varias semanas dando vueltas por el parque intentando encontrar un sentido a la vida, así que cuando leí en el periódico que buscaban jóvenes para realizar un estudio sobre la calidad del semen y la patología de los espermatozoides vagos, no me lo pensé dos veces. Busqué mi antigua sudadera de Manowar y saqué del ropero mis zapatillas John Smith blancas. Me miré de arriba abajo en el espejo del baño, así con la cabeza rapada no parecía tan mayor. Decidí no afeitarme porque podía irritar mi cutis aniñado con aquella cuchilla oxidada que utilizaba cada vez con menos frecuencia.
En la clínica una enfermera de mediana edad con un ojo de cada color, gris y azul, despachaba a la gente mientras ojeaba una revista de gatos.
- Vengo a por lo del estudio, musité.
- ¿El estudio?
- El estudio que viene en el periódico, le mostré el anuncio.
- ¿Qué edad tiene?
- 24, mentí, había cumplido 31 el 6 de Enero.
La mujer me miró de arriba abajo arqueando la ceja sobre el ojo gris, yo ya me había puesto rojo como un tomate y rastreaba con desesperación loa azulejos del suelo tratando de evitar que nuestras miradas se cruzaran.
- Rellene este formulario y pase a la salita de espera - me dijo finalmente señalando una puerta.
Cogí el lápiz entre mis dedos y lo contemplé con cierta extrañeza. Escribir en un papel era una experiencia realmente nueva para mí, estaba tan acostumbrado a teclear con mi ordenador que apenas recordaba el manejo de aquel primitivo utensilio. Pasaba más de doce hora al día frente a la pantalla del ordenador. Sin moverme de mi habitación viajaba a tierras lejanas, participaba en clanes de elfos y paladines, domesticaba jabalís, veía porno, compraba cómics de superhéroes e incluso conocía a mujeres de carne y hueso. De hecho en los cinco últimos años había conseguido doce citas con mujeres gracias a mi ordenador. Yo le enseñaba mi foto retocada y ella la suya, era como un juego de lágrimas, ninguno de los dos quería nada serio pero en el fondo del corazón los dos deseábamos encontrar un buen pedazo de amor. Ella me esperaba en el banco de un parque, era mucho más gruesa de lo me había insinuado, en realidad era una monstruosa onza de carne pálida embutida en un vestido de aguas violeta. A penas intercambiábamos dos palabras, yo le besaba y si ella no se retiraba a tiempo, hundía la cabeza entre sus enormes pechos sin importarme ya si la gente escandalizada nos señalaba con el dedo.
Entré en aquella habitación sin saludar. Dos tipos negros esperaban sentados muy sonrientes como dos niños a punto de quemar vivo a un gato. Por un instante pensé en salir corriendo de allí.
- Hola amigo, hoy vamos a pasárnoslo bien, JA,JA,JA.
- Sí...- intenté sonreír pero no podía, mi colon comenzaba a retorcerse como una serpiente.
Uno de los negros se puso de pie y se acercó. Era un negro enorme, musulmán, con un chándal gris y botas de caucho negras, puso su enorme mano en mi hombro y mirándome fijamente con sus enormes ojos rojos me susurró- ¿Oye amigo, nos van a pagar por esto?
-Sí - balbuceé - te pagarán muy bien por tu cosa. - En realidad no tenía ni idea, pero temí que si mi respuesta no le agradaba pudiera cometer alguna locura.
- ¡Ah!, ¡bien! - dijo con enorme satisfacción mientras volvía a reclinarse sobre su silla - ¿Sabes amigo?, con este dinero le compraré un buen vestido a mi hija.
Cuando ya apenas albergaba esperanzas de salir con vida de aquella habitación, escuché que alguien me llamaba por mi nombre. Una diminuta enfermera me hacía señas desde la puerta para que la acompañara hasta donde se supone haría mi trabajo. Aquella mujer era como los enanos de circo, esos que si no fuera por el anormal tamaño de su cabeza no levantarían un palmo del suelo. Su cabeza era como tres cabezas normales, era como un armario hecho cabeza. La frente era tan grande como un aeropuerto y su boca era un piano de cola con sus teclas.
La seguí por el pasillo y mientras caminaba tras ella me la imaginaba clavando clavos con la cabeza, partiendo nueces y almendras con su frente. Me la imaginé sin cabeza y no veía nada, trataba de buscarla pero ya no existía.
- Estos son tus frascos, me dijo con la voz más horrorosa que jamás había oído. Luego señaló dos botes de plástico recubiertos con algún tipo de aceite. - Es muy sencillo, echas la mitad en el bote gris y la otra mitad en el bote azul, lo cierras y lo metes en la bolsa de plástico. Cuando hayas acabado toca el timbre.
Yo seguía pensando en su cabeza, imaginaba que contenía una cabeza un poco más pequeña y ésta a su vez otra que también contenía otra y otra… yo las iba destapando sucesivamente, una tras otra, hasta que al final encontraba su verdadera cabecita pequeña y sonrosada, y ella llorando pero muy contenta me miraba con sus verdaderos ojitos.
Jonki
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Con este cuento me presenté al concurso de relatos del FNAC de Bilbao con la ilusión de ganar un cheque regalo de 100euros para gastar en libros. Aunque no gané (creo que no pasaron por alto las faltas de ortografía), me lo pase muy bien y conocí gente formidable en el mundillo cultural vasco, tan abarrotado de jovenes promesas.