miércoles, febrero 13, 2008

La ciudad esférica

Desperté empapado en sudor frío con la misma sensación de asombro que un niño al asomar por el útero. Recordaba todos los detalles de mi sueño con meridiana claridad, tal era mi estado de lucidez que anoté del tirón en mi cuaderno “gran jefe” cada uno de los pasajes, recreándome especialmente en las descripciones de las personas y culos. Cuando hube finalizado el último verso alejandrino, corrí escaleras abajo, cruce el salón de un salto, derrapé por el descansillo y no paré hasta que alcancé la gran plaza del mercado que a esas horas de la mañana lucía llena de mujeres y hombres que absortos por su faena, no recabaron en aquel anciano mozalbete que escalaba en pijama por una farola.

– ¡Señores! – grité desde lo alto– ¡Señoras! – grité blandiendo el cuaderno como tablas de la ley – y con la energía del llanto de un lactante comencé a relatar con voz solemne todo aquello que había acontecido en mi sueño: las montañas de fuego, los ejércitos de Ab Salín, la ciudad esférica, los tucanes, la mujer pantera, la cueva… el populacho ya hacía tiempo que había abandonado sus quehaceres para dedicarme por entero su atención y justo antes de que estallarán en un big bang de aplausos, desperté. Me vi a mi mismo flotando en un universo vacío, lleno de ciudades, familias, gatos, jornadas de trabajo, centros comerciales, ideas, palabras, mentiras y series de televisión. Me vi flotando en una realidad inhóspita y desconocida que se me hacía terriblemente familiar.


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