lunes, enero 28, 2008

Me robaron mi sangre

Fui al hospital a hacerme un chequeo rutinario. El doctor que me atendió sonreía ampliamente invitándome a tumbarme en la camilla. Ni siquiera me explicaron lo que ocurría, me pidieron que me relajara y me inyectaron un sedante que me hizo caer en un profundo sueño.
Cuando desperté, todo giraba a mi alrededor, levanté la mano y sólo alcancé a ver el color gris de mi piel y las venas vacías latiendo debajo. Aquellos matasanos habían extraído toda la sangre de mi cuerpo y ahora me consumía lentamente sobre la mesa de operaciones como un pez fuera del río. Cuando finalmente me convertí en una especie de moqueta de cuero, limpiaron la materia blanda que se había derramado por los orificios y me dejaron secar al sol colgado de unas pinzas. Pasaron varios días hasta que una mujer me descolgó y me llevó a una salita donde manos sabias cortaron y remendaron los jirones de lo que una vez fue humano hasta fabricar una bandera. Una bandera que ondeó desde entonces colgada de un palo, en lo alto de una torre que coronaba una colina sobre la que los buitres danzaban en elipses incesantes. Creanme cuando les digo que nunca nadie disfrutó de tan privilegiadas vistas.


Mortimer, antes del viaje.
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