viernes, julio 04, 2008

Mi sitio es donde esté mi sitio

- Vale! - Dijo el niño de los pantalones rojos, - Vale! - Contesté yo.
La casa era pequeña pero acojedora, un gato escalaba por una fina pared rugosa que separaba el salón de la cocina. El niño de los pantalones rojos jugaba en el salón con cubos de letras, muy concentrado iba formando en silencio palabras que lo decían casí todo. "Gramófono", me dijo señalando una fila de cubos que acababa de florecer sobre la mesa.
El suelo de madera crujía bajo mis zapatos, el techo se abuhardillaba al acercarme a la ventana, fuera una grua recogía pequeños pedazos de hierro y los amontonaba sobre un encofrado, un pequeño operario manejaba la grua con una enorme caja de palancas y botones que sujetaba a su cuerpo con unos tirantes. El hombrecillo trabajaba en silencio, muy concentrado en su tarea.
Me dejé caer en el sofa como un árbol talado y suspiré. Mi mano buscó el mando del televisor y cuando dio con él, el televisor comenzó a escupir, a vomitar y a cagar. El niño de los pantalones rojos muy molesto, recogío los cubos sobre su pecho, me miró furioso con sus ojos resumidos en líneas de rencor y marchó con su pelirroja ceja amenazantemente arqueada.

miércoles, febrero 13, 2008

La ciudad esférica

Desperté empapado en sudor frío con la misma sensación de asombro que un niño al asomar por el útero. Recordaba todos los detalles de mi sueño con meridiana claridad, tal era mi estado de lucidez que anoté del tirón en mi cuaderno “gran jefe” cada uno de los pasajes, recreándome especialmente en las descripciones de las personas y culos. Cuando hube finalizado el último verso alejandrino, corrí escaleras abajo, cruce el salón de un salto, derrapé por el descansillo y no paré hasta que alcancé la gran plaza del mercado que a esas horas de la mañana lucía llena de mujeres y hombres que absortos por su faena, no recabaron en aquel anciano mozalbete que escalaba en pijama por una farola.

– ¡Señores! – grité desde lo alto– ¡Señoras! – grité blandiendo el cuaderno como tablas de la ley – y con la energía del llanto de un lactante comencé a relatar con voz solemne todo aquello que había acontecido en mi sueño: las montañas de fuego, los ejércitos de Ab Salín, la ciudad esférica, los tucanes, la mujer pantera, la cueva… el populacho ya hacía tiempo que había abandonado sus quehaceres para dedicarme por entero su atención y justo antes de que estallarán en un big bang de aplausos, desperté. Me vi a mi mismo flotando en un universo vacío, lleno de ciudades, familias, gatos, jornadas de trabajo, centros comerciales, ideas, palabras, mentiras y series de televisión. Me vi flotando en una realidad inhóspita y desconocida que se me hacía terriblemente familiar.


lunes, enero 28, 2008

Me robaron mi sangre

Fui al hospital a hacerme un chequeo rutinario. El doctor que me atendió sonreía ampliamente invitándome a tumbarme en la camilla. Ni siquiera me explicaron lo que ocurría, me pidieron que me relajara y me inyectaron un sedante que me hizo caer en un profundo sueño.
Cuando desperté, todo giraba a mi alrededor, levanté la mano y sólo alcancé a ver el color gris de mi piel y las venas vacías latiendo debajo. Aquellos matasanos habían extraído toda la sangre de mi cuerpo y ahora me consumía lentamente sobre la mesa de operaciones como un pez fuera del río. Cuando finalmente me convertí en una especie de moqueta de cuero, limpiaron la materia blanda que se había derramado por los orificios y me dejaron secar al sol colgado de unas pinzas. Pasaron varios días hasta que una mujer me descolgó y me llevó a una salita donde manos sabias cortaron y remendaron los jirones de lo que una vez fue humano hasta fabricar una bandera. Una bandera que ondeó desde entonces colgada de un palo, en lo alto de una torre que coronaba una colina sobre la que los buitres danzaban en elipses incesantes. Creanme cuando les digo que nunca nadie disfrutó de tan privilegiadas vistas.


Mortimer, antes del viaje.

viernes, junio 22, 2007

El domador de jabalies.

El domador de jabalies.

Llevaba varias semanas dando vueltas por el parque intentando encontrar un sentido a la vida, así que cuando leí en el periódico que buscaban jóvenes para realizar un estudio sobre la calidad del semen y la patología de los espermatozoides vagos, no me lo pensé dos veces. Busqué mi antigua sudadera de Manowar y saqué del ropero mis zapatillas John Smith blancas. Me miré de arriba abajo en el espejo del baño, así con la cabeza rapada no parecía tan mayor. Decidí no afeitarme porque podía irritar mi cutis aniñado con aquella cuchilla oxidada que utilizaba cada vez con menos frecuencia.

En la clínica una enfermera de mediana edad con un ojo de cada color, gris y azul, despachaba a la gente mientras ojeaba una revista de gatos.

- Vengo a por lo del estudio, musité.

- ¿El estudio?

- El estudio que viene en el periódico, le mostré el anuncio.

- ¿Qué edad tiene?

- 24, mentí, había cumplido 31 el 6 de Enero.

La mujer me miró de arriba abajo arqueando la ceja sobre el ojo gris, yo ya me había puesto rojo como un tomate y rastreaba con desesperación loa azulejos del suelo tratando de evitar que nuestras miradas se cruzaran.

- Rellene este formulario y pase a la salita de espera - me dijo finalmente señalando una puerta.

Cogí el lápiz entre mis dedos y lo contemplé con cierta extrañeza. Escribir en un papel era una experiencia realmente nueva para mí, estaba tan acostumbrado a teclear con mi ordenador que apenas recordaba el manejo de aquel primitivo utensilio. Pasaba más de doce hora al día frente a la pantalla del ordenador. Sin moverme de mi habitación viajaba a tierras lejanas, participaba en clanes de elfos y paladines, domesticaba jabalís, veía porno, compraba cómics de superhéroes e incluso conocía a mujeres de carne y hueso. De hecho en los cinco últimos años había conseguido doce citas con mujeres gracias a mi ordenador. Yo le enseñaba mi foto retocada y ella la suya, era como un juego de lágrimas, ninguno de los dos quería nada serio pero en el fondo del corazón los dos deseábamos encontrar un buen pedazo de amor. Ella me esperaba en el banco de un parque, era mucho más gruesa de lo me había insinuado, en realidad era una monstruosa onza de carne pálida embutida en un vestido de aguas violeta. A penas intercambiábamos dos palabras, yo le besaba y si ella no se retiraba a tiempo, hundía la cabeza entre sus enormes pechos sin importarme ya si la gente escandalizada nos señalaba con el dedo.

Entré en aquella habitación sin saludar. Dos tipos negros esperaban sentados muy sonrientes como dos niños a punto de quemar vivo a un gato. Por un instante pensé en salir corriendo de allí.

- Hola amigo, hoy vamos a pasárnoslo bien, JA,JA,JA.

- Sí...- intenté sonreír pero no podía, mi colon comenzaba a retorcerse como una serpiente.

Uno de los negros se puso de pie y se acercó. Era un negro enorme, musulmán, con un chándal gris y botas de caucho negras, puso su enorme mano en mi hombro y mirándome fijamente con sus enormes ojos rojos me susurró- ¿Oye amigo, nos van a pagar por esto?

-Sí - balbuceé - te pagarán muy bien por tu cosa. - En realidad no tenía ni idea, pero temí que si mi respuesta no le agradaba pudiera cometer alguna locura.

- ¡Ah!, ¡bien! - dijo con enorme satisfacción mientras volvía a reclinarse sobre su silla - ¿Sabes amigo?, con este dinero le compraré un buen vestido a mi hija.

Cuando ya apenas albergaba esperanzas de salir con vida de aquella habitación, escuché que alguien me llamaba por mi nombre. Una diminuta enfermera me hacía señas desde la puerta para que la acompañara hasta donde se supone haría mi trabajo. Aquella mujer era como los enanos de circo, esos que si no fuera por el anormal tamaño de su cabeza no levantarían un palmo del suelo. Su cabeza era como tres cabezas normales, era como un armario hecho cabeza. La frente era tan grande como un aeropuerto y su boca era un piano de cola con sus teclas.

La seguí por el pasillo y mientras caminaba tras ella me la imaginaba clavando clavos con la cabeza, partiendo nueces y almendras con su frente. Me la imaginé sin cabeza y no veía nada, trataba de buscarla pero ya no existía.

- Estos son tus frascos, me dijo con la voz más horrorosa que jamás había oído. Luego señaló dos botes de plástico recubiertos con algún tipo de aceite. - Es muy sencillo, echas la mitad en el bote gris y la otra mitad en el bote azul, lo cierras y lo metes en la bolsa de plástico. Cuando hayas acabado toca el timbre.

Yo seguía pensando en su cabeza, imaginaba que contenía una cabeza un poco más pequeña y ésta a su vez otra que también contenía otra y otra… yo las iba destapando sucesivamente, una tras otra, hasta que al final encontraba su verdadera cabecita pequeña y sonrosada, y ella llorando pero muy contenta me miraba con sus verdaderos ojitos.

Jonki



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Con este cuento me presenté al concurso de relatos del FNAC de Bilbao con la ilusión de ganar un cheque regalo de 100euros para gastar en libros. Aunque no gané (creo que no pasaron por alto las faltas de ortografía), me lo pase muy bien y conocí gente formidable en el mundillo cultural vasco, tan abarrotado de jovenes promesas.

miércoles, octubre 25, 2006

Después de la tormenta.

Los Jueves solía pasar la tarde en el Bar de Joseba. Sólo consumía una cerveza, pero a él no le importaba que me pasará ahí toda la tarde escribiendo mis canciones, mientras bebía a sorbitos la cerveza. Era un bar muy tranquilo, casi siempre estaba vacio. Tan sólo algún borrachín solitario sentado en la barra, y el sonido de la televisión de fondo. En este ambiente, era muy fácil escribir canciones, así que todos los jueves bajaba con unos cuantos folíos y un boligrafo, y volvía a casa con un puñado de buenas canciones. Aquella tarde estaba un poco triste, porque no podía sacar de mi cabeza a una chica. Era mi peluquera, me había enamorado de ella. Siempre me lavaba el pelo antes de cortar, me enjabonaba dos o tres veces y rascaba con las uñas mi cuero cabelludo. Aquello me ponía los pelos de punta, creo que me primero me enamoré de sus manos y luego del resto.

Después de la tormenta.


Hacía un tarde de perros,
y a mi paraguas se le había roto una barilla,
me resguardé en un portal
y ahí dentro encontre a una niña.

Me dijo que se llamaba Teresa,
me dijo que tiene frío,
yo le presté mi chaqueta,
tenía un piercing en el ombligo.

Cuando escampó la tormenta
las nubes dejában ver el sol,
Teresa era una chica inquieta
quería conocer mi habitación.

(chorus)
Mi bigote prendido de su pelo,
como un cuervo negro en el tejado.

Mis manos recorrían palmo a palmo
los senderos de gloria de su piel.
(chorus)


La diferencia de edad
era un obstaculo evidente
ella aún iba a la universidad,
y yo ya era un viejo indecente.

Cuando nos volvimos a ver
ya no era la misma,
se había echado un novio rubio,
su novio era surfista.

Teresa fue importante en mi vida
porque fue como una profesora
me enseño que despues de una tormenta
no siempre llega la calma.

(chorus)
Mi bigote prendido de su pelo,
como un cuervo negro en el tejado.

Mis manos recorrían palmo a palmo
los senderos de gloria de su piel.
(chorus)

Jonki, Un poeta feliz 2006.


Bon jonki, concierto homenaje a Juan Pablo II.

martes, marzo 28, 2006

Bonjonki: Nunca nos fuimos

Jon Bon Jonki
No ha pasado tanto tiempo desde la última hazaña de Bon Jonki. Fue en un motel de carretera, uno de esos puticlubs que crecen en las áreas de servicio con sus luces de neon bien grandes, un puticlub en toda regla. Jon había estado bebiendo desde primera hora de la mañana, le doía el estómago terriblemente y no estaba en condiciones para cantar. Cogío el micrófono con las dos manos, se le escapó una pedorreta seguida de una plasta que fué a aterrizar en sus calzones y pensó: -"Esta noche puede ser la última".
Pero aquella vez no estaría en lo cierto...
Bon Jonki ha vuelto y esta vez van en serio.

Jonki.
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